
Los antidepresivos tienen impactos considerablemente distintos en el cuerpo
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Los antidepresivos son medicamentos fundamentales para el tratamiento de diversos trastornos psiquiátricos, pero sus efectos no se limitan solo al cerebro. Investigaciones recientes han evidenciado que diferentes tipos de antidepresivos producen impactos variados y significativos en el cuerpo, afectando parámetros tan cruciales como el peso corporal, la presión arterial y la frecuencia cardíaca.
Los antidepresivos se utilizan principalmente para tratar la depresión mayor, trastornos de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de estrés postraumático, entre otras condiciones. Desde las primeras generaciones de fármacos antidepresivos tricíclicos hasta los más modernos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN), estos medicamentos han transformado el abordaje clínico en salud mental.
Sin embargo, su diversidad farmacológica implica perfiles variados de eficacia y efectos secundarios. Un metaanálisis reciente que incluyó 30 antidepresivos y a más de 58,000 personas, ha clarificado las diferencias en cómo estos medicamentos impactan no solo la mente, sino también aspectos cardiovasculares y metabólicos del organismo[2].
Una de las diferencias más notables entre los antidepresivos es su influencia sobre el peso corporal. Mientras que algunos fármacos, como la maprotilina y la amitriptilina, suelen asociarse con aumento de peso en cerca de la mitad de los pacientes tratados, otros como la agomelatina tienden a generar pérdida de peso en aproximadamente el 55% de los casos[1][2].
La escala de este efecto varía considerablemente: la agomelatina puede generar una pérdida cercana a 2.5 kilogramos, mientras que la maprotilina se relaciona con un aumento medio aproximadamente de 2 kilogramos durante un tratamiento estándar de ocho semanas[1]. Esta variación impacta la elección de tratamiento, especialmente para pacientes con riesgos cardiovasculares o trastornos metabólicos preexistentes.
Además del peso, otros efectos secundarios importantes incluyen cambios en la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Por ejemplo, antidepresivos tricíclicos pueden inducir hipotensión ortostática, un descenso de la presión arterial al cambio de postura, incrementando el riesgo de mareos y caídas, especialmente en personas mayores[3]. Por otra parte, algunos ISRS y otros fármacos pueden provocar taquicardia o aumento de la frecuencia cardiaca, lo que requiere atención médica puntual si se prolonga o es intenso.
La agomelatina destaca por su mecanismo diferente: actúa como agonista de receptores de melatonina y antagonista de receptores serotoninérgicos, promoviendo al mismo tiempo la liberación de dopamina y noradrenalina[4].
Este modo de acción no solo contribuye a un efecto antidepresivo eficaz, sino que también explica su menor impacto en la ganancia de peso y efectos cardiovasculares, haciéndola una opción valiosa para pacientes susceptibles a estos efectos adversos.
Más allá de los impactos en peso y sistema cardiovascular, los antidepresivos pueden generar una variedad de efectos secundarios que afectan la calidad de vida del paciente y la continuidad del tratamiento. Entre los más frecuentes se encuentran problemas gastrointestinales como náuseas, diarrea y vómitos; síntomas neurológicos y psicológicos como cefalea, insomnio, ansiedad, mareos, temblores y astenia; así como sudoración excesiva[3].
Por ejemplo, la venlafaxina, un IRSN, posee un perfil farmacológico que reduce efectos secundarios anticolinérgicos típicos de los antidepresivos tricíclicos, aunque presenta reacciones dependientes de la dosis[3]. Esta característica la hace generalmente mejor tolerada, pero no está exenta de causar nerviosismo o agitación en algunos pacientes.
Estos síntomas, aunque en ocasiones transitorios, pueden convertirse en barreras para la adherencia si no son manejados adecuadamente por el equipo clínico.
Algunos consejos prácticos para mejorar la tolerancia incluyen:
Aunque los antidepresivos son efectivos a corto plazo, el impacto a largo plazo es motivo de debate actual. Un estudio con seguimiento de hasta once años concluyó que la calidad de vida de pacientes en tratamiento continuo no mostraba mejoras significativas en comparación con pacientes no medicados, aunque sus metodologías fueron cuestionadas por expertos[8].
Otro aspecto crítico es el llamado síndrome de discontinuación, que puede aparecer tras el cese brusco del medicamento, similar a un síndrome de abstinencia, con síntomas que incluyen ansiedad, alteración del sueño y malestar general[6]. Por ello, la interrupción del tratamiento debe hacerse gradualmente bajo supervisión médica.
Especialistas recomiendan criterio clínico riguroso para iniciar, mantener y retirar antidepresivos, considerando que su prescripción crónica sin revisión puede potenciar efectos adversos e incluso trastornos emocionales tardíos derivados de la adaptación del sistema nervioso central a los fármacos[6].
Los avances en neurociencia indican que los antidepresivos modulan la plasticidad neuronal activando receptores clave que favorecen la recuperación de funciones cognitivas y emocionales[9]. Esto abre nuevas vías para entender mejor sus beneficios y limitaciones, así como para desarrollar tratamientos más personalizados y seguros.
Además, la creciente evidencia pone de manifiesto la importancia de adaptar la elección del antidepresivo a las características individuales del paciente, especialmente considerando sus condiciones físicas y riesgos asociados, para equilibrar eficacia y tolerancia[1][2].
Los antidepresivos son herramientas clínicas imprescindibles, pero sus efectos varían ampliamente no solo en el plano psicológico sino también en la salud física. La heterogeneidad en sus impactos, especialmente sobre el peso, la presión arterial y la frecuencia cardíaca, exige un enfoque personalizado en la prescripción y un seguimiento riguroso para minimizar riesgos y optimizar resultados.
Los avances actuales apuntan hacia tratamientos más específicos, con mejor perfil de seguridad y consideración de cada paciente como un mundo propio, donde la salud mental y física deben tratarse como un todo integrado.